Trozos (3)
Ella era una chica alta, de cabello muy corto, rojizo y mechones violeta. Había llegado con una pequeña maleta a su nueva casa, ubicada cerca del parque. Era una casa pequeña, pero con todo lo necesario. Era nueva en la ciudad, gracias al trabajo que había conseguido en la universidad de aquel lugar. Después de instalarse, decidió dar un paseo por el parque. Le gusta estar al aire libre.
Un adolescente jugaba ajedrez, ella preguntó si podía unirse. El chico era observador, pues supo que su acento era diferente. Con media sonrisa, ella le dijo que venía del otro lado del océano. Él sonrió y le gritó a unas señoras que estaban cerca de ahí, quería que hiciera amigos.
- Eres nueva, ¿verdad? -le preguntó la más alta. Ella asintió con una sonrisa.- ¿Qué hizo alejarte de tu anterior ciudad?
Ella se encogió de hombros y respondió que se debía al buen trabajo que le habían ofrecido.
- Pero es un pueblo pequeño a diferencia de tu ciudad natal, ¿no extrañas nada de allá?
Ella evitó sus miradas mirando la mesa de ajedrez y negó con la cabeza.
- Esperemos que te guste la ciudad -rió la mujer.- Olvidé tu nombre.
- Me llamo Cl... -dijo con una sonrisa mientras se despedía de mano de ella.
*****
Sus vecinos la consideraban una muchacha extraña. Su hogar era muy sencillo, sin televisión ni teléfono. Tenía pocos amigos y rara vez salía, prefería salir a caminar que ir al gimnasio. Si no le tocaba trabajar en el laboratorio, se dedicaba a cuidar su jardín e invernadero. Podía estar ahí por mucho tiempo y ella no lo notaría. Decían que evitaba los hospitales y se corrió el rumor de que era buena sanando heridas y curando enfermedades, lo cual ella negó completamente. Se justificó diciendo que estudiaba botánica, pero sus conocimientos no eran tan extraordinario.
Claro, nadie en el pueblo sabía la verdad sobre Cl. Hasta que llegó H.
Un adolescente jugaba ajedrez, ella preguntó si podía unirse. El chico era observador, pues supo que su acento era diferente. Con media sonrisa, ella le dijo que venía del otro lado del océano. Él sonrió y le gritó a unas señoras que estaban cerca de ahí, quería que hiciera amigos.
- Eres nueva, ¿verdad? -le preguntó la más alta. Ella asintió con una sonrisa.- ¿Qué hizo alejarte de tu anterior ciudad?
Ella se encogió de hombros y respondió que se debía al buen trabajo que le habían ofrecido.
- Pero es un pueblo pequeño a diferencia de tu ciudad natal, ¿no extrañas nada de allá?
Ella evitó sus miradas mirando la mesa de ajedrez y negó con la cabeza.
- Esperemos que te guste la ciudad -rió la mujer.- Olvidé tu nombre.
- Me llamo Cl... -dijo con una sonrisa mientras se despedía de mano de ella.
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Sus vecinos la consideraban una muchacha extraña. Su hogar era muy sencillo, sin televisión ni teléfono. Tenía pocos amigos y rara vez salía, prefería salir a caminar que ir al gimnasio. Si no le tocaba trabajar en el laboratorio, se dedicaba a cuidar su jardín e invernadero. Podía estar ahí por mucho tiempo y ella no lo notaría. Decían que evitaba los hospitales y se corrió el rumor de que era buena sanando heridas y curando enfermedades, lo cual ella negó completamente. Se justificó diciendo que estudiaba botánica, pero sus conocimientos no eran tan extraordinario.
Claro, nadie en el pueblo sabía la verdad sobre Cl. Hasta que llegó H.
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