Él era perfecto. Ella no. Ahí empezaba el problema. Él se encontraba a otro nivel, muchísimo más elevado al que ella estaba y pretendía aspirar. A una edad temprana, él tenía lo que cualquiera desearía al tener cuarenta, al menos: casa, trabajo, doctorado, inteligencia, familia. Ella en cambio, apenas podía sobrellevar lo que la vida le regalaba: universidad, titulación, aspiraciones, trabajo, problemas psicológicos... Casi una década los separaba. Y ella lo sentía. ¿Él también? Era probable. Nunca se fijaría en alguien como ella. Era patético que ella pensara así. No puede que negarse que tengan cosas en común. Claro que las hay, sin embargo no eran suficientes para que sus vidas se cruzaran. Pues las aspiraciones también eran diferentes. En algún momento, el camino se partiría y cada quien andaría por su propio destino. Por eso, ella disfrutaba lo que podía. Tratar de encontrarlo por los pasillos de la universidad, saludarle y hacerle el día. Simplemente sonreírle, no ne...