Dear Mathie (2)
Ya entendí lo que siento. Todo este tiempo te culpé por no luchar lo suficiente, por darte cuenta muy tarde que tu vida era tan valiosa como cualquier otra: este resentimiento era hacia mí, no hacia ti.
Cuando Nita murió un par de años antes que tú, no estuve en su lecho de muerte pero sí durante su enfermedad y su estadía en el hospital. Me dolió mucho verla tan marchita de una semana a otra y tenía esperanzas de que se recuperara. Le lloré mucho en el funeral, en el entierro que no estuve y los meses siguientes. ¿Recuerdas que lloraba en la graduación? Me partía el corazón saber que no estaba conmigo compartiendo un momento tan importante para mí. Ahora no le lloro como a ti, supuse que era porque ya había pasado tiempo y me había acostumbrado a la idea de un recuerdo, pero ya no creo que sea eso.
Se supone que éramos mejores amigos, ¿no? ¿Por qué no estuve en el hospital en tus recaídas? ¿Por qué no doné sangre cuando lo necesitabas? Siento que te falté más de lo que tú me faltabas a mí. Parece que te fallé, ¿verdad? Creo que tenía miedo de verte como vi a mi Nita y puse mi trabajo como un pretexto para no acompañarte, algo que no era del todo mentira. Sabes qué tan demandante podía ser mi trabajo. También tenía miedo de enfrentar a tu familia y al resto de tus amigos, ellos no me conocían y tener que conversar con gente a la que nunca he visto en un entorno tan deprimente no era precisamente el mejor escenario para un introvertido como yo. Pero eso no debería haberme detenido, ¿verdad? Pero lo hizo. El día de tu funeral estuve media hora y me fui, no saludé a tu familia y sólo hablé con uno de tus amigos para saber cómo había sido el final de todo. No lloré desde que me dieron la noticia, tampoco cuando Les me abrazó a la entrada de la capilla y lloró en mis brazos, mucho menos esa noche. Por más que mi hermana me abrazara y me dijera que podía llorar en cualquier momento, que ellos lo entenderían, no salieron lágrimas. La mayoría de la gente que me rodea me cree insensible y amargada porque paso mis lutos a mi manera, porque no me gusta que me vean llorar. Pero ese día realmente no podía llorar, por más que yo quisiera. Tal vez era porque nos habíamos distanciado un poco en el último año, ya no iba a la universidad y nuestros encuentros eran menos frecuentes. O quizá mi subconsciente sabía que tu muerte estaba inminentemente cerca desde el día que entraste al hospital. La cosa es que no pude llorar hasta después de una semana y no he parado de lamentar tu muerte, tanto que si veo algo relacionado a ti en cualquier aspecto, mis ojos se humedecen.
La verdad es que me aferré a ti como un ancla desde el primer día que nos conocimos: un miércoles de agosto. Mi primer amigo y lo seguiste siendo hasta el día de tu muerte. Éramos muy parecidos en carácter y eso nos hizo llevarnos bien. Nos incomodaba el contacto físico y sólo una vez te abracé: cuando supiste de la gravedad de tu enfermedad. Yo no sabía qué hacer y como dicen que eso siempre ayuda, yo simplemente te pasé mi brazo por los hombros y me quedé ahí hasta que dejaste de llorar. Oh, tú también me viste llorar, vaya que sí. Y estuviste ahí escuchándome sin juzgar y con una sonrisa de fraternidad. Podíamos entendernos con la mirada aunque estuviéramos sentados uno muy alejado del otro en el salón de clases. Fue una conexión que no había sentido antes, era una amistad con altibajos, pero genuina y sincera. Fue un lazo muy bonito el que tuvimos y quizá por eso no te lloré hasta después, no te quería soltar, no quería soltarme. Hay quienes creen que estuve enamorada de ti, ¿por qué no creen que es posible que haya una amistad entre un hombre y una mujer? Fuiste parte de mi soporte en los momentos malos y creía que yo también en los tuyos, pero ahora lo pienso, ¿realmente lo fui? ¿Tú diste más de lo que yo debía dar?
Si hubiera estado contigo como estuve con Nita, ¿ya habría dejado de llorarte? ¿te recordaría sin dolor? ¿me cuestionaría si fui una buena amiga? ¿estaría escribiendo esto?
Cuando Nita murió un par de años antes que tú, no estuve en su lecho de muerte pero sí durante su enfermedad y su estadía en el hospital. Me dolió mucho verla tan marchita de una semana a otra y tenía esperanzas de que se recuperara. Le lloré mucho en el funeral, en el entierro que no estuve y los meses siguientes. ¿Recuerdas que lloraba en la graduación? Me partía el corazón saber que no estaba conmigo compartiendo un momento tan importante para mí. Ahora no le lloro como a ti, supuse que era porque ya había pasado tiempo y me había acostumbrado a la idea de un recuerdo, pero ya no creo que sea eso.
Se supone que éramos mejores amigos, ¿no? ¿Por qué no estuve en el hospital en tus recaídas? ¿Por qué no doné sangre cuando lo necesitabas? Siento que te falté más de lo que tú me faltabas a mí. Parece que te fallé, ¿verdad? Creo que tenía miedo de verte como vi a mi Nita y puse mi trabajo como un pretexto para no acompañarte, algo que no era del todo mentira. Sabes qué tan demandante podía ser mi trabajo. También tenía miedo de enfrentar a tu familia y al resto de tus amigos, ellos no me conocían y tener que conversar con gente a la que nunca he visto en un entorno tan deprimente no era precisamente el mejor escenario para un introvertido como yo. Pero eso no debería haberme detenido, ¿verdad? Pero lo hizo. El día de tu funeral estuve media hora y me fui, no saludé a tu familia y sólo hablé con uno de tus amigos para saber cómo había sido el final de todo. No lloré desde que me dieron la noticia, tampoco cuando Les me abrazó a la entrada de la capilla y lloró en mis brazos, mucho menos esa noche. Por más que mi hermana me abrazara y me dijera que podía llorar en cualquier momento, que ellos lo entenderían, no salieron lágrimas. La mayoría de la gente que me rodea me cree insensible y amargada porque paso mis lutos a mi manera, porque no me gusta que me vean llorar. Pero ese día realmente no podía llorar, por más que yo quisiera. Tal vez era porque nos habíamos distanciado un poco en el último año, ya no iba a la universidad y nuestros encuentros eran menos frecuentes. O quizá mi subconsciente sabía que tu muerte estaba inminentemente cerca desde el día que entraste al hospital. La cosa es que no pude llorar hasta después de una semana y no he parado de lamentar tu muerte, tanto que si veo algo relacionado a ti en cualquier aspecto, mis ojos se humedecen.
La verdad es que me aferré a ti como un ancla desde el primer día que nos conocimos: un miércoles de agosto. Mi primer amigo y lo seguiste siendo hasta el día de tu muerte. Éramos muy parecidos en carácter y eso nos hizo llevarnos bien. Nos incomodaba el contacto físico y sólo una vez te abracé: cuando supiste de la gravedad de tu enfermedad. Yo no sabía qué hacer y como dicen que eso siempre ayuda, yo simplemente te pasé mi brazo por los hombros y me quedé ahí hasta que dejaste de llorar. Oh, tú también me viste llorar, vaya que sí. Y estuviste ahí escuchándome sin juzgar y con una sonrisa de fraternidad. Podíamos entendernos con la mirada aunque estuviéramos sentados uno muy alejado del otro en el salón de clases. Fue una conexión que no había sentido antes, era una amistad con altibajos, pero genuina y sincera. Fue un lazo muy bonito el que tuvimos y quizá por eso no te lloré hasta después, no te quería soltar, no quería soltarme. Hay quienes creen que estuve enamorada de ti, ¿por qué no creen que es posible que haya una amistad entre un hombre y una mujer? Fuiste parte de mi soporte en los momentos malos y creía que yo también en los tuyos, pero ahora lo pienso, ¿realmente lo fui? ¿Tú diste más de lo que yo debía dar?
Si hubiera estado contigo como estuve con Nita, ¿ya habría dejado de llorarte? ¿te recordaría sin dolor? ¿me cuestionaría si fui una buena amiga? ¿estaría escribiendo esto?
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