Dear Mathie (1)
Ha pasado más de un año desde tu muerte: la peor manera de iniciar el año 2018. Cuando recibí la noticia, no me afectó tanto como yo hubiera pensado. De cierta forma, ya lo veía venir, ¿verdad? Tu cuerpo había cambiado drásticamente en lo que para mí parecía un abrir y cerrar de ojos. Siempre fuiste una persona delgada, pero pude ver cómo tu piel se hundía en tu cadera y resaltaban tus huesos de una manera escalofriante. "Eras un fantasma con un corazón latiente". Creo que desde ese día sabía que tu muerte se había adelantado. Te fuiste un par de segundos y volviste, pero no fue un consuelo para mí. Tomaste la decisión correcta respecto a tu cuerpo y a tu enfermedad muy tarde, demasiado tarde. Te sonará a reclamo, tal vez lo sea, porque siento que no luchaste lo suficiente. Te dejaste llevar "como un caballero" y al final, en lugar de recibir a la muerte de manera triunfal como cualquiera que te conocía lo hubiera pensado, temiste mucho por el después.
Creo que sí, sí es un reclamo. Han pasado tantas cosas en mi vida que me hubiera gustado mucho compartir contigo, decisiones en las que tu consejo me hubiese facilitado el camino y esto habría sido menos desgastante. Te he recordado hoy con una publicación de Facebook. Qué irónico, ¿verdad? La persona con la que más me hacías burla en la universidad había comentado una de mis publicaciones del año pasado. Tú ya no estabas, reí mucho con su respuesta y pensé: ¡Cómo quisiera que estuvieras aquí para reírte conmigo!
He pensado en escribirte desde ese día, pero hasta ahora puedo hacerlo sin llorar. Bueno, aún lloro cuando la vida me abruma y no te escucho. ¡Cuántas cosas pueden pasar en un año! Creo que estarías feliz por el giro que ha tomado mi vida, independientemente de que la decisión más importante no fue tomada por mí. Pero aún así, creo que estarías sonriendo con esos dientes puntiagudos y blancos: no puedo ver películas de Heath Ledger porque me recuerdan a ti.
Una de las lecciones que más me han marcado salió de tus labios. Ahora, a pesar de que tengo tres pequeños vacíos en mi corazón, entiendo lo que significa la felicidad y el éxito. Para mí, en el tiempo que te conocí, eran conceptos muy distintos e inalcanzables. Sin embargo, cuando veo en retrospectiva, entiendo que estaba equivocada. Me hubiera gustado darme cuenta mucho tiempo antes, me habría ahorrado el desgaste mental y emocional durante mis primeros años de universidad, e incluso en algunos momentos de mi adolescencia.
No sé si quiero cerrar esta carta. Seguiré regresando a escribirte porque siento que puedes leerle. ¿Recuerdas nuestro poema favorito de Manuel Acuña? Siento que estás en todas partes: en el viento, en el agua, en los rayos del sol, en los árboles frente a la escuela, en los caracoles que salen de mi jardinera. Es curioso que nuestros gustos siempre fueron muy diferentes, no te gustaba lo que yo leía y tampoco me gustaban tus películas favoritas. Pero eso nunca impidió que fuéramos mejores amigos.
Me hubiera gustado verte envejecer con el amor de tu vida, ir a la inauguración de la cafetería que tanto deseabas tener, ver las fotos de tu tan esperado viaje a Londres, el título de tu maestría en Filosofía. Es injusto que el mundo nunca vaya a iluminarse con tu intelecto y sabiduría. Pero aún es más injusto no verte en esos momentos cruciales que me faltan por vivir, donde yo sabía que estarías ahí por creer que al ser tan joven, tu muerte estaría emparejada a la mía 50 años después. Por asumirte eterno, sufriré un poco cuando no te vea a mi alrededor y lloraré en silencio como ahora lo hago, frente a la máquina de mi oficina. Mis ojos se humedecerán pero sonreiré con nostalgia y alivio, porque ya no estás atrapado en esa jaula, en ese maldito cuerpo enfermo.
Creo que sí, sí es un reclamo. Han pasado tantas cosas en mi vida que me hubiera gustado mucho compartir contigo, decisiones en las que tu consejo me hubiese facilitado el camino y esto habría sido menos desgastante. Te he recordado hoy con una publicación de Facebook. Qué irónico, ¿verdad? La persona con la que más me hacías burla en la universidad había comentado una de mis publicaciones del año pasado. Tú ya no estabas, reí mucho con su respuesta y pensé: ¡Cómo quisiera que estuvieras aquí para reírte conmigo!
He pensado en escribirte desde ese día, pero hasta ahora puedo hacerlo sin llorar. Bueno, aún lloro cuando la vida me abruma y no te escucho. ¡Cuántas cosas pueden pasar en un año! Creo que estarías feliz por el giro que ha tomado mi vida, independientemente de que la decisión más importante no fue tomada por mí. Pero aún así, creo que estarías sonriendo con esos dientes puntiagudos y blancos: no puedo ver películas de Heath Ledger porque me recuerdan a ti.
Una de las lecciones que más me han marcado salió de tus labios. Ahora, a pesar de que tengo tres pequeños vacíos en mi corazón, entiendo lo que significa la felicidad y el éxito. Para mí, en el tiempo que te conocí, eran conceptos muy distintos e inalcanzables. Sin embargo, cuando veo en retrospectiva, entiendo que estaba equivocada. Me hubiera gustado darme cuenta mucho tiempo antes, me habría ahorrado el desgaste mental y emocional durante mis primeros años de universidad, e incluso en algunos momentos de mi adolescencia.
No sé si quiero cerrar esta carta. Seguiré regresando a escribirte porque siento que puedes leerle. ¿Recuerdas nuestro poema favorito de Manuel Acuña? Siento que estás en todas partes: en el viento, en el agua, en los rayos del sol, en los árboles frente a la escuela, en los caracoles que salen de mi jardinera. Es curioso que nuestros gustos siempre fueron muy diferentes, no te gustaba lo que yo leía y tampoco me gustaban tus películas favoritas. Pero eso nunca impidió que fuéramos mejores amigos.
Me hubiera gustado verte envejecer con el amor de tu vida, ir a la inauguración de la cafetería que tanto deseabas tener, ver las fotos de tu tan esperado viaje a Londres, el título de tu maestría en Filosofía. Es injusto que el mundo nunca vaya a iluminarse con tu intelecto y sabiduría. Pero aún es más injusto no verte en esos momentos cruciales que me faltan por vivir, donde yo sabía que estarías ahí por creer que al ser tan joven, tu muerte estaría emparejada a la mía 50 años después. Por asumirte eterno, sufriré un poco cuando no te vea a mi alrededor y lloraré en silencio como ahora lo hago, frente a la máquina de mi oficina. Mis ojos se humedecerán pero sonreiré con nostalgia y alivio, porque ya no estás atrapado en esa jaula, en ese maldito cuerpo enfermo.
Comentarios
Publicar un comentario
Siéntanse con la libertad de expresarse, yo recibo cualquier crítica.